– Cuando quieras, Alberto.
– ¿Ya te digo?
– Sí. Lo que me cuentes yo lo escribo tal cual, ¿vale?
– ¡Sí!
A quien corresponda:
Mi nombre es Alberto y tengo doce años. Desde que me acuerdo voy a fisioterapia. Mi cuerpo y yo trabajamos duro junto con la ayuda de Ana. No sé si el nombre de mi enfermedad es importante. Tampoco si mi fisio me ha diagnosticado o no. A mi lo que me importa es que ya puedo arrastrarme por el suelo para jugar con Mario, levanto la cabeza para ayudar a mamá a lavarme el pelo y puedo ponerme de pie para la ducha cuando mi hermana Julia me lleva a la piscina los viernes.
-¿Voy bien?
– Perfecto.
No entiendo de luchas que no sean aquellas por las que vale la pena pelear. Mi pediatra y mis padres hablan muchas veces de eso con mi logopeda. No sé por qué hay gente que se empeña en decir lo que los demás pueden o no pueden hacer. No sé tampoco si cuando estoy triste mi cuerpo responde mejor o peor; mi neuropsicólogo y mi terapeuta trabajan conmigo igual. Bueno, no. Ese día me dan más abrazos.
Me decía ayer mi hermana mayor, que estudia enfermería, que hay gente que dice que las emociones se reflejan en la espalda. A mi la verdad me parece una chorrada.
-¿Puedo decir eso?
-Claro.
Pero sólo tengo doce años. Aunque ahora que lo pienso mi hermana estudia muchísimo y lee todos los días; y ella habla de un sabio que se llama Razonamiento y de una tal Evidencia, (creo que se dice así) y parece que están conmigo.
El otro día mi amigo Paúl se torció el tobillo. Ese día no fué a clase y no pudo echarme una mano en cono. Menos mal que la seño le dijo a Clara, mi PT, que viniera un rato.
Mi abuela se partió la cadera y le dije que si quería yo hablaba con Ana. Seguro que podría ayudarle a volver a caminar. Entonces me dijo que no me preocupase que ella ya tenía fisio. Yo no me fiaba de la otra porque creía que Ana era la mejor fisio de España.Pero entonces después de algunas semanas mi abuela caminaba bien, y entonces pensé que como yo aún no caminaba quizás la mía era la segunda mejor fisio de España. Pensé en llamar a mi abuela y cambiarme pero luego me sentí muy mal. Esa noche lloré ( y no me dolió más la espalda por cierto) y mi papá me contó una cosa. Me dijo que cada uno tenía una forma de moverse por el mundo. Los pájaros «pajareaban» por el cielo. Las ballenas azules «balleneaban» por el agua. La abuela «abueleaba»; y yo me movía como un Alberto; un precioso y fantástico Alberto de doce años. Y entonces me acordé de Ana, y su frase sobre el movimiento y la normalidad y la función.
– No recuerdo bien la frase.
– No te preocupes.
Bueno que todo esto es porque vi ami hermana enfadada y a Ana hablando con el médico de una gente de Madrid ( creo) y de unos fisios de España, mejores o algo así. Y porque mi amigo Paúl presumía en mates de que su fisio era el mejor. Y dale con el mejor. Me sentí agobiado ( pero no me dolió más la espalda ni nada tampoco esta vez).
Y yo pienso que el mejor fisio de España es el de mi abuela para «abuelear», el de Paúl para «paulear» y Ana es la mejor fisio de España para que yo le de besos a mi madre desde mi silla cuando me lava el pelo.
Y nada más.
– ¿Hemos terminado?
-Sí. ¿Lo publicas?